Javier Arroyuelo / Un día y después otro

Saturday, July 20, 2013

Salon d'essayage (Un elogio de la alta costura)

A los medios de mayor alcance, televisiones y revistas de masa, les gusta y les resulta cómodo presentar la Haute Couture, la institución mayúscula que es en París la alta costura, bajo la forma de un breve y muy excluxivo carnaval de lujo, un fugaz intervalo de fantasía frívola para millonarias ocupadas en descubrir como disfrazarse de millonarias. Una temporada tras otra reaparecen los mismos clichés, chillones y superlativos. Y héte aquí alineadas en primeras filas las ultra-señoras inflexiblemente arregladas y dispuestas como en los palcos imperiales de films de gladiadores, impresionantes a pesar o quizás a causa de su anonimato; y héte aquí, famosísima en cambio, la superstar norteamericana cada vez más rubia y cada vez más pálida, con sus mega-gafas luctuosas, que llega circundada por sus custodios con una buena hora de atraso; y héte aquí que en la fulguración de los flashes pasan sobre el podio festivo trajes irreales por lo lujosos o alucinantes a fuerza de falsa creatividad, todas “cosas del otro mundo” para el público medio.

Con esta tosca y banal narrativa, los medios no dejan que aparezca gran cosa, nada en verdad, de la auténtica experiencia estética que puede llegar a ser un desfile Couture. Además reduciendo la alta costura a semejante circo a la vez pomposo y folclórico no permiten comprender siquiera remotamente ni su esencia ni su razón de ser.
En realidad, detrás de todo el barullo publicitario y más allá de cualquier discurso sobre la moda, el punto central, el porqué de la Haute Couture, está en la relación, rarísima, privilegiada, entre una mujer y un vestido. Existe un círculo, muy restringido por cierto, de mujeres para las cuales lejos de un sueño transcripto en imágenes digitales y visto solo en las pantallas o en las páginas de la prensa adicta, la Haute Couture es una realidad concreta. Para ellas la verdad del asunto reside en la intimidad del salon d’essayage, el probador, espacio couture por excelencia.

Esas sedes centrales del lujo que son las maisons de couture han sido concebidas a una escala que debe permitir que la cliente, supuesta vivir en casas igualmente refinadas, pueda penetrar de inmediato en una ilusión de intimidad. Pero, a diferencia del ámbito cotidiano, este es un lugar de distensión pura. Reina aquí ese falso silencio que es el primer gran lujo de los lugares de lujo, tranquilizador ya que nunca absoluto, ni claustral ni clínico, en el que se insinúan, oportunamente mitigados, los ecos lejanos de la ciudad, entre indistintos y misteriosos fragmentos de conversaciones que por el contexto uno imagina sofisticadas. La alta densidad de la moquette modera no solo los pasos sino también los pensamientos. Las luces son sabiamente suaves, lo cual probablemente explique que los altos espejos operen con mayor benevolencia que en cualquier otro lugar. Claro que no existen muchos lugares tan perfectamente agradables sobre la faz del planeta – pero no viene al caso aquíinsistir sobre este infortunio sociológico. El lujo permite alejarse de la realidad común y la maison de couture cumple función de cápsula.

A cada etapa, de la elección del traje a la prueba final, la clienta tiene por escolta una ‘vendeuse’, personaje de la mayor importancia puesto que es cómplice y consejera y a la vez vínculo con el taller donde se realiza la prenda probada. Idealmente, además de riquísima, la clienta es una mujer informada, creativa, con una personalidad afirmada, de aquellas que saben muy bien non solo de qué cosas tienen ganas sino también que cosas pueden permitirse y que cosas absolutamente no. Están además abiertas a todas las novedades. De este modo, muchas clientas ideales – ya que existen- devienen estilistas de sí mismas, readaptando el vestido elegido a sus características y necesidades personales, naturalmente bajo la mirada experta y autorizada de las diferentes jerarquías de la maison. Lo que los medios masivos ignoran, o fingen ignorar, es que los modelos presentados en los desfiles Haute Couture, por sublimes y logrados que puedan ser en algunos casos, valen sobre todo como punto de partida, como modelos justamente.

Sin duda el efecto más restrictivo del sistema del prêt-à-porter ha sido el de imponer la noción de total look a todos y cada uno de los consumidores y la convicción de que para “estar a la moda” ( concepto por otra parte perfectamente fraudulento) es necesario no diferenciarse ni siquiera en un mínimo detalle de las proposiciones de lass marcas prevalentes. Todos los días saliendo a la calle uno no puede dejar de deplorar la uniformización que resulta de tal estrategia comercial. La alta costura, colmo del elitismo, practica el opuesto exacto: cada traje es único, realizado según las exigencias individuales de cada clienta para responder a sus fantasías particulares, a su estilo de vida o aún a alguna ocasión especial, sea ya gran gala, gran boda o gran alfombra roja.

Poder reinventarnos a través de un traje nuevo es el acto placentero y liberatorio que explica nuestras ganas de moda. Y eso es lo que tiene lugar en los salones de la Couture. Y es por éso que resultará siempre absurdo anunciar, como se hace a intervalos regulares, la muerte de la alta costura, siempre inminente y nunca acacecida. La aspiración al lujo forma parte de la historia de la humanidad, como atesta una infinidad de antiquísimas reliquias, y no se extinguirá hasta que nosotros mismos y nuestra supuesta civilización hayamos sido reemplazados por las cucarachas y su propio lifestyle.

Entretanto y en este momento exacto asegura la continuidad de la Couture toda una nueva generación de clientas norteamericanas y una verdadera brigada de nuevísimas millonarias rusas, indias y chinas entre otras procedencias acaudaladas. Gracias a ellas no cesará la búsqueda de la perfección ni se perderá la fabulosa tradición de alto artesanado sin la cual no exisitiría la couture – y recíprocamente. Hay quien se pregunta, perfidamente y en francés, si estas “nouvelles venues” van a estar en medida de aferrar el secreto esencial de la couture, de gozar de sus extremas sutilezas, o si en cambio se contentarán de servirse de ella como emblema de la preeminencia social recientemente adquirida, es decir como de la única panoplia apropiada para el vertiginoso vértice de la pirámide.
No tienen en cuenta, las malas lenguas, las aptitudes muy particulares que desarrolla una mujer entrada en la cultura de la couture. Su gusto se afina y su mirada se agudiza y luego descubre nuevos intercambios entre el cuerpo y el vestido. Nada más fluído que el acostumbrarse a llevar estas prendas por lo general literalmente extraordinarias y el aprender a moverse en el proprio cuerpo con un repertorio gestual inédito. Lo de 'hecho a medida' no es por cierto una fórmula vana; significa que se ha tenido en cuenta de cada particularidad física, incluídas las que podrían parecer irrelevantes y también todos los posibles indicios exteriores de la personalidad. Ni es un cliché lo de 'segunda piel': el vestido es concebido como tal, aún cuando se trate de un abrigo y en el uso funciona así.

La expresión ' como un guante' que denota lo que nos queda perfecto encuentra en la alta costura su validación plena . La clienta no tarda en saberlo, sentirlo, vivirlo. Mas allá del efecto visual de maravilla, la couture crea la impresión de un cuerpo a la vez flexible y contenido por el traje, tal cual la mano enguantada. En el salón de pruebas, todo está hecho para dar vida a la ilusión de una estampa, una allure, estilizada fatto per dar vita all¹illusione di un¹allure stilizzata, para atenuar los defectos y potenciar las virtudes, para corregir, mejorar, exaltar; para llegar en suma lo más cerca posible de una suerte de ideal. La clienta no tarda en enterarse y apreciarlo.


No es casual si en otros tiempos los modelos de la alta costura llevaban todos un nombre, ya que al fin y al cabo cada uno cuenta o nos lleva a contarnos una historia. Las cuales, diferentes según quienes las narren, tendrán sin embargo como invariable hilo conductor la continua reinvención de la feminidad, plural e impredecible. Es el delicioso relato que se construye en permanencia en los salones d¹essayage. En este punto y para concluir la comedia que tiene por protagonista a una mujer en un vestido de lujo, no queda sino ponerse de pie para proceder a la debida ovación.

Friday, July 19, 2013

D'un texte des années 90.

A
A. n.m.
Ah, le A ! La première lettre de l'alphabet n'a certes pas gagné sa place d'honneur dans un jeu télévisé. 
C'est après une longue carrière littéraire faite dans toutes les langues possibles et imaginables qu'elle est parvenue à occuper cet emplacement privilégié. 
Non sans mal, cela dit, et à la suite d'une compétition bien singulière où prirent partie toutes ses collègues, de B à Z.
L'histoire vaut la peine d'être racontée.

Qui n'a pas entendu parler du temps, certes lointain, pour ne pas dire légendaire, où l'alphabet se trouvait totalement sens dessus dessous ? C'était un beau bazar, un fameux fourbi.

À l'époque on appelait cela Le Désordre Alphabétique, car les lettres, les mêmes vingt six lettres que nous voyons aujourd'hui se tenir le plus sagement du monde, avaient alors vraiment la bougeotte. 
Indociles et capricieuses, pas une seule n'acceptait de demeurer à sa place. En fait, elles refusaient même d'occuper une  place déterminée.
D'un ton  très snob elles assuraient avoir l'âme nomade : Ah, je vous prie, surtout pas de domicile fixe,  nous sommes vraiment des grandes bohémiennes ! et allaient se poser là où bon leur semblait, suivant l'envie et l'humeur du moment.

Leurs va-et-vient étaient incessants. Par goût du jeu, pour se faire voir ou dès qu'elles s'ennuyaient et n'avaient rien d'autre à faire, elles se mettaient en route.

Ce qui pouvait donner ceci :
KVFXIWMPLZNORBYQEGSUJTCHDA
et deux secondes après ceci :
OYJAMIRSQFZTUCBHGWXKEVDPNL
et puis encore:
UDQETWLVKJNRXPZSMCHIAYFOBG
et ainsi de suite.

Sur le devant de l'alphabet la vue est incomparable, disait l'une.
Peut-être mais en cette saison, je  préfère me retirer là bas au fond, où il fait plus frais, répondait l'autre.
Trop de courants d'air, intervenait une troisième, c'est au beau milieu qu'on est le mieux.
Et à peine les voyelles s'étaient-elles retrouvées ensemble que déjà elles se chamaillaient et la minute d'après chacune s'en allait de son côté, pendant que les consonnes, enclines à former de clans et de cliques tout aussi provisoires contribuaient à leur tour à augmenter la pagaille.
 Pire encore, loin de bouger toutes seules, à chaque fois les lettres entraînaient tous les mots dont elles étaient à la tête.

Ainsi, dès que le N, par exemple, se mettait en route, suivaient à la queue leu leu non seulement un nabab et un nabot, mais encore un nageur et une néréide, un neveu et une nièce, un niais et une niaise, un Noir, un Norvégien, un notaire, toute une noce, une nourrice, un nourrisson, un nouveau-né et des centaines de mots encore avec tout au bout du long cortège l'étrange nystagmus.

Bien entendu, chaque mot emportait avec lui sa définition. Dans le cas de nystagmus cela s'avérait absolument indispensable, car dés qu'il se montrait, aussi distingué et rare, pour ne pas dire inquiétant, personne ne pouvait s'empêcher de lui demander ce qu'il voulait dire.
La vérité c'est que nystagmus ne voulait pas dire ce qu'il voulait dire parce qu'il désignait, et désigne toujours, une espèce de spasme qui fait tourner le globe de l'oeil dans tous les sens. Il aurait préféré une toute autre définition, mais il était philosophe et se consolait en disant: " Que voulez-vous, il faut de tout pour faire un dictionnaire ! ".
 Cela dit, il n'avait que ce seul signifié, à emporter avec lui chaque fois qu'il lui fallait suivre le N. Trois lignes à peine qu'il rangeait rapidement et hop là! nystagmus  était prêt au départ.

Mais pensez sulement un instant à un mot tel que tout, qui veut pratiquement tout dire ! 
Il était bien obligé de trimballer avec lui toutes ses  nombreuses acceptions et tous ses multiples emplois. Et ce n'était pas tout, car il y a avait en outre les exemples qui illustraient tout ça: des dizaines et des dizaines de paragraphes, à perte de vue. 
Sur la route cette escorte interminable, telle la caravane d'un grand prince oriental, laissait tout le monde la bouche grande ouverte: les autres mots ne trouvaient pas de mots pour exprimer leur admiration.
Bref, ces migrations continuelles avaient fini par ressembler à des gigantesques déménagements, où dans un vacarme épouvantable de syllabes qui s'ouvraient et se fermaient et d'accents de toute sorte, il fallait faire attention à ne pas perdre ses points ou endommager ses virgules, ce qui malheureusement arrivait de plus en plus souvent.
Les dictionnaires de l'époque offraient, en conséquence, un spectacle déplorable.
Les embouteillages y étaient fréquents, qui s'étiraient sur des centaines de pages. Il se révélait très difficile, ou carrément impossible, de trouver le mot qu'on cherchait dans la masse compacte des caractères collés les uns aux autres comme les voitures sur les autoroutes au moment des départs en vacances. Bon nombre de professeurs hésitaient longtemps avant d'ouvrir un volume, écoeurés à l'avance du capharnaüm qu'ils s'attendaient à y trouver.
Les enfants, cependant, s'étaient tout à coup découvert une passion pour le langage. Même les plus petits dans les maternelles passaient leur temps à consulter des dictionnaires. C'était beaucoup plus drôle que le zapping à la télé - d'autant plus qu'à cette époque la télé était loin d'avoir inventée.
Mais les autorités scolaires et les associations de parents d'élèves, dont l'invention au contraire était déjà ancienne, observaient la situation d'un oeil sombre. Ce mauvais exemple risquait de se reproduire.
Une rumeur affirmait que les chiffres à leur tour se montraient séduits par le désordre. On n'osait imaginer le chaos que pouvaient provoquer les nombres s'ils se mettaient à faire les petits fous, avec le 9 à la place du 3, le 4 à celle du zéro et le zéro valant tout à coup 8 unités !
Les hommes d'affaires furent pris de panique à la seule idée de ne plus pouvoir faire leurs comptes. Dans leur désespoir, les grands banquiers s'arrachaient les moustaches. Ils firent part de leur émotion au gouvernement. On décida dans les plus hautes sphères de prendre des mesures urgentes.
Ce fut ainsi que le Ministre de l'Éducation, Monsieur de Fortenthème, convoqua les lettres pour engager des négotiations. Les lettres en furent toutes fières. Leur porte-parole, qui, bien entendu, était le P, proclama leur propos de présenter un projet positif.

Le Ministre répondit en leur ouvrant tout grandes les portes de son Ministère: il les invita à faire ce qu'on appelle un tour de table.
Les lettres s'y précipitèrent. La table en question leur parut gigantesque. Elle occupait presque entièrement un majestueux salon doré où le ministre les attendait, entouré d'une foule de conseillers extremêment solennels.
Tous ces augustes personnages montèrent sur la grande table alors qu'un huissier invitait les lettres à se placer à l'une des extremités de celle-ci.
Ce fut le Ministre lui même qui donna le signal du départ du tour de table. Il agitait dans tous les sens un fanion à carreaux, comme ceux des courses automobiles et avait l'air de vraiment s'amuser.
Puis soudain il abaissa le petit drapeau en s'exclamant: " Partez ! ".
À une vitesse alarmante les lettres se lancèrent dans la course. Les lustres tintinnabulèrent et quelques chaises furent renversées à leur passage.
 Ainsi se décida d'une fois pour toutes le rang de chacune d'entre elles.
On l'aura déviné: le A, qui était athlétique et agile, acquit d'une allure alerte un avantage appréciable, arrivant aisèment avant les autres.
Le Z, un peu zigoto, un peu zombi, réalisa tout le trajet en faisant des zigzags. Naturellment il arriva le dernier, mais se montra " très'z'heureux ".
Un décret fut émis et approuvé sur le champ donnant à chacune des lettres la place qu'elles occupent encore aujourd'hui. On pourrait dire que depuis ce jour là les lettres respectent le nouvel ordre au pied de la lettre.
Elles se disent ravies d'avoir rétrouvé le calme et la sagesse. 
Cependant, certains grammairiens et autres spécialistes ont cru détecter ça et là des mouvements d'humeur. Selon eux, les lettres manifestent de temps à autres la nostalgie de leur passé si mouvementé. Ces mêmes experts se posent la question de savoir comment, si tel était le cas, faire pour qu'elles restent tout de même à leurs places respectives. Et ils ne veulent pas même songer à l'eventualité 'un retour aux vieilles agitations? Replongeront-elles, et nous avec, un jour dans le chaos, dans la grande soupe de lettres universelle? 
Affreux suspense et affaire à suivre !


Romanticism - (May 2012)


No cutesy floral prints. No pale pink lips. No languor. And certainly no sugary wedding dresses. Revised, revived and reconstructed by a new generation of women designers, romanticism today appears as  the extreme opposite of the safe, gentle visual repertoire of prescribed femininity that it used to be associated with. Instead of sentimentality there are now emotions – mixed often, raw at times, always intense- brought in by clothes that never fail to astonish.
Newness is the most valued attribute in fashion and the clothes in question, the work of Sarah Burton and that of Laura and Kate Mulleavy, have it. They provide, each in their own specifical and inmediately recognizable way, the compelling, memorable and highly influential images that right now count the most in fashion.
In her mere two years and twelve collections as creative director at Alexander McQueen, Sarah Burton has evolved her own delicate and at once sharp version of high drama. The transcendant beauty of nature, a Romantic leit motiv, seems to be one of her main sources of inspiration. Out of sumptuous fabrics or even fur she makes grow  organic shapes; bodies are embraced –rather than wrapped- by foliage, fronds, feathers, petals, corollas, corals, sea anemones, shells, crystals, metals; the general effect is literally fantastic,  a tale illustrated. Yet, for all the preciousness of their allure and the dreamlike aura, Burton’s women have a strength that feels all-real.
At Rodarte, their label, the Mulleavy sisters too practice the cult of the great outdoors. The primeval forest,  the wild expanses  as well as the pioneer’s mystique or the paintings in prehistoric caves stir their imagination. Yet also some great masters of the history of art, horror movies, mangas and Walt Disney’s Sleeping Beauty count among their sources. This mix of references – and these are only a few-  is duly mirrored in their outlandish clothes which in turn seem to be multifaceted reflections of the sisters’ natural eccentricity. Now, eccentricity, which is a form of idealism, counts greatly in the Romantics’ cannon, for it empashizes the uniqueness of each individual. Rodarte’s baroque buildup emphasizes serenity and strength on the women who know  how to carry it on. It adds to their personality.
As its linguistic roots reveal – roman is French for novel- romanticism feds itself on pure unarestrained fiction. Love and adventure, illusions and feelings are its domain. To rationality it opposes emotion and intuition. Since the start, Romantic artists, writers and philosophers were resolutely set against the very idea of modernity. The industrial world unraveling before their eyes horrified them. Sentiments and fantasy ruled their lives, along with dreams and nostalgia, which is a longing for a dreamlike past.

In fashion too the romantic élan refuses modernity. Everyday clothes and practical sartorial solutions are totally foreign to its tenet. Up is the only way of dressing, ceremonial and celebration outfits seem fit for all occasions. Dandyism is a romantic choice. It is then quite surprising that it should fell on women to keep the colors of romanticism flying. Women are generally reputed for the necessary common sense that they are said to bring to the clothing craft, the supossedly innate gift for balancing the utilitarian and the  unreasonable. Most probably, neither Burton’s semi-goddesses nor the Mulleavys’ femmes artistes share the basic needs of the generic contemporary woman. But at a moment in fashion when every other category of taste is promptly and satisfyingly catered for, their respective fantasies deserve the place they occupy; they certainly respond to the aesthetic aspirations of many contemporary women. The nurturing of a truly personal style, one’s distinct touch, gives to those who dare it a modest yet tangible measure of their own freedom of mind – and that’s a gesture sensible and romantic at once
.

http://www.rodarte.net/
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