Hoy
fue todo y fue más que todo y fue el punto donde todo empieza.
Volvimos
a saberlo: como todas las formas del amor,
también
la historia está hecha de cuerpos de los que dependemos.
Hubo
hoy tantos de ellos, tal multitud crecida en asombro ante su propia
magnitud
que,
en el pecho, el agradecimiento por este día contarse entre ellos
se
agrandaba con la potencia reiterada de un oleaje.
Cuando
los cuerpos recuerdan sus vidas, en ese cuento están
a la
vez que los cuerpos queridos
aquellos
de un momento en el camino, que no tuvieron nombre y ya no tienen
cara, pero que son presencia y testimonio.
Cada
cuerpo, y el mío al mismo paso, por las calles de la ciudad
política
traídos
por la antigua urgencia humana de juntarse
para
escuchar en las otras voces lo que la propia boca está
bramando-invocando-riendo-anunciando.
Veníamos
a mucho, los cuerpos todos con todas sus cabezas.
Veníamos,
creo, a dar vuelta algo,
no
todo el mundo, como ya tantas veces,
sino,
como otras tantas veces también,
algo
que si no era dado vuelta no nos dejaría vivir.
Literalmente.
Veníamos
los cuerpos a ponernos y a ponernos a decir
que
están aquí y aquí se quedarán, palpables en el aire entre
nosotros
las
presencias de aquellas y aquellos a quienes no se dejó que dejaran
aquel
testimonio irrefutable de lo que habían sido sus vidas,
sus
cuerpos.