David Bowie 2013
© Javier Arroyuelo. Queda
prohibida su reproducción total o parcial, así como su difusión.
Fue
en Londres, uno de los puntos más calientes de la movida rock’n’pop que en los
años Sesenta se expandía por el planeta Tierra, que un chico creativo y
ambicioso llamado David Robert Jones inició con paciente inteligencia la creación
de David Bowie, rock star de un tipo claramante inédito, non solo entonces sino
(y tal vez con más fuerza) hoy.
Esta
particular auto-invención, mucho más allá de la experiencia de vida personal de
Mr.Jones, tuvo efectos mayores sobre la cultura y sobre las vidas de millones
de personas. Músico excepcional es solo una de las identidades de David Bowie.
Innovó también en materia de arte, de moda y en las cuestiones de sexo y de
género que ocupan todavía hoy a nuestra modernidad.
David Jones se
hizo rock star cuando la bella marejada
rock y pop pasaba de ser la expresión
variada y vistosa de los deseos juveniles al estado de fenómeno y negocio
globales. Gracias al cielo llegó David Bowie con su sensibilidad para
trastornar la cultura popular ahuyentando los estereotipos, los lugares comunes y las rutinas
aburridas.
Se distinguió de inmediato por las altas dosis de fantasía que
incorporaba a su narrativa, con el mismo espíritu que cierta experimentación
artística de la época – cine d’essai,
teatro underground, las vanguardias de las artes visuales- y también por
su interés particular hacia la moda.
Muy oportunamente justamente en aquel
momento jóvenes designers y algunas revistas die moda compartían las mismas
referencias. Y también – y éste es un dato esencial en esto vaivén de influencias, esa moda joven
se inspiraba del rock y de la pop en las que vivía inmersa.
De
Londres a Los Angeles a Berlín a New York a lo largo ahora de cinco decenios, David Bowie ha compuesto el album personal de estilos y de looks más rico y más significativo y más ilustrativo
de las fluctuaciones de la masculinidad en nuestros tiempos. A la par de
sus experimentaziones musicales – rock futurístico, glam rock, soul, funk,
minimalismo, electro rock, dance pop y así- Bowie contó lo que le iba
sucediendo a través de su apariencia, creando personajes nuevos para cada sucesiva fase creativa.
Estos
personajes, presentes por igual en
su vestuario de escena como en su ropa
de calle, ya que finalmente se trata de una narración autobiográfica, responden
a dos arquetipos buen precisos: el Excéntrico y el Dandy, transgresivos ambos, el
primero bajo el modo de la flamboyance, o sea la vistosidad extrema, el segundo
bajo el modo de la elegancia tongue-in-cheek, vale decir irónico y en el caso
de Bowie también auto-irónico.
El
personaje Bowie tuvo una primera encarnación en su etapa inicial neo-folk, de fuertes
reminiscencias hippies, revisadas sin embargo desde el ángulo de la ambigüedad
sexual: en 1970 apareció en la copertina del Lp The man who sold the world en
un vestido de satén floreado ceñido al torso y largo al tobillo, con la suave
melena rubia en cascada.
Un año después, para Hunky Dory, el look androgino se
hizo más sutil y elaborado: la inspiración provenía esta vez de una foto de Marlene Dietrich. Juego de roles de género por
certo audaz pero practicado entonces por algunos pocos chcos de tipo efébico. Or
otro lado David y su mujer Angie acostumbraban salir luciendo conjuntos y
maquillajes idénticos.
La
verdadera irrupción fascinante y subversiva de Bowie en el paisaje visual tuvo
lugar casi inmediatamente cuando compuso su primer alter ego memorable, Ziggy
Stardust.
Improbable extraterrestre que al desembarcar en nuestro planeta
asume la apariencia de un cantante y guitarrista dr rock. La criatura manifestaba
una neta predilección por las mallas de bailarín de danza contemporánea recompuestas
según una óptica de historieta con un vasto mix de referencias, de materiales
rutilantes, de colores en sus valores máximos de saturación, de accessorios
bigger than life.
El creador de la ropa era Freddi Buretti, gran amigo y colaborador de
Bowie. Raso, seda, tejidos metállicos, incrustaciones, bordados, acolchados,
asimetrías, efectos geométricos, flores, rayas, escritos, boas de plumas y
coturnos de doble plataforma muy Carmen Miranda, brazaletes, aros, el eventual parche
sobre el ojo derecho.
Y además la cabeza: cejas depiladas, labios barnizados de
un rosa intenso, poudre fucsia sobre la cara entero, el todo enmarcado por un
casco de pelo a lo teddy boy pero afilados y teñidos de un rojo azafranado. Otros personajes de igual corte híper-teatral,
como Aladdin Sane y Jean Genie, prolongaron la temporada flamígera de Bowie.
Kansai Yamamoto diseñó para él toda una serie de trajes de “samurai especial” entre
Kabuki y ciencia ficción.
Luego, en 1976, a fuerza de arder a plena llama el
gusto por la excentricidad se apagó y de sus cenizas surgió un Bowie enteramente diferente, el Dandy de raíces
– y sastres- British pero con un obvio penchant por la panoplia norteamericana.
El personaje con el que inició su nueva era visual fue el Thin White Duke, esbelto
rubio demasiado natural o casi, de pelo corto,
enamorado de los trajes blancos. Aunque o mejor porqué entretanto Bowie
se había proclamado bisexual, su nuevo avatar ignoró las indeterminaciones. Era
un hombre de tendencia un tanto bastante vintage en trajes de seductor de salón
de baile y conjuntos rockabilly, a veces en pantalóni con pinzas pero más a
menudo en chupines, chaquetas largas y amplias o clásicas o cruzadas y bombers
largos, aquí con un air sport habillé, allá abandonándose a esa elegancia desprejuiciada
que llamamos el chic.
Era evidente que
Bowie jugaba con el neo-clasicismo de la misma exacta manera con que antes
había negociado la excentricidad, es decir con distancia y sentido del humor.
En
los años Ochenta su fama tomó dimensiones épicas. Figura de culto para los de
su generación se convirtió además en el ídolo de los nuevos jóvenes que
descubrían en él un proveedor sofisticado de hits monumentales no solo para
bailar con frenética alegría sino para escuchar a modo de alta educación pop.
Entretanto
aquellas y aquellos que Bowie había marcado con sus juegos estéticos extremos
accedían a su vez a los escenarios pop y reproducían los espléndidos delirios que
Bowie había dejado atrás. Transmitieron asì parte de su herencia. Bowie por su
lado continuó sus experimentaciones, siendo ya en ese momento una figura para
la que no bastaban lso superlativos del vocabulario consumista.
En
1992 se casó con Iman, la célebre modelo sómala, raro caso de elegancia espontánea
unida a una belleza conmovedora. Desde entonces cada una de sus apariciones conjuntas sobre las alfombras rojas sirven urbi et orbi de doble lección de estilo.
Hoy,
alejado de los escenarios desde hace unos cuantos años, objeto de rumores alarmistas alimentados por la consabida
prensa del chismorreo, David Bowie acaba
de dar, en el mismo momento en que escribo estas líneas, una enésima prueba de
elegancia y de creatividad.
Tomando al mundo entero de sorpresa, en el día de
su cumpleaños, lanzó al espacio infinito de Internet un video musical, Where
are we now?.
Exquisito y bienvenido retorno de un gran maestro. Intimista, despojado
y lúcido, es el testimonio poética de un artista de sesenta y seis años que se muestra ante la cámara a cara
desnuda o si se prefiere con su máscara natural. Decididamente non hay belleza
sin interrogantes, no hay elegancia sin aspiración a la verdad, no hay estilo
sin substancia.
http://www.vogue.it/en/magazine/people-in-vogue/2013/02/the-duke-of-style
http://www.vogue.it/en/magazine/people-in-vogue/2013/02/the-duke-of-style