Javier Arroyuelo / Un día y después otro

Thursday, April 18, 2013


David Bowie 2013

© Javier Arroyuelo. Queda prohibida su reproducción total o parcial, así como su difusión.

Fue en Londres, uno de los puntos más calientes de la movida rock’n’pop que en los años Sesenta se expandía por el planeta Tierra, que un chico creativo y ambicioso llamado David Robert Jones inició con paciente inteligencia la creación de David Bowie, rock star de un tipo claramante inédito, non solo entonces sino (y  tal vez con más fuerza) hoy. 

Esta particular auto-invención, mucho más allá de la experiencia de vida personal de Mr.Jones, tuvo efectos mayores sobre la cultura y sobre las vidas de millones de personas. Músico excepcional es solo una de las identidades de David Bowie. Innovó también en materia de arte, de moda y en las cuestiones de sexo y de género que ocupan todavía hoy a nuestra modernidad.

David Jones se hizo rock star cuando la  bella marejada rock y pop pasaba de ser  la expresión variada y vistosa de los deseos juveniles al estado de fenómeno y negocio globales. Gracias al cielo llegó David Bowie con su sensibilidad para trastornar la cultura popular ahuyentando los estereotipos, los lugares comunes y las rutinas aburridas. 

Se distinguió de inmediato por las altas dosis de fantasía que incorporaba a su narrativa, con el mismo espíritu que cierta experimentación artística de la época – cine d’essai,  teatro underground, las vanguardias de las artes visuales- y también por su interés particular hacia la moda. 

Muy oportunamente justamente en aquel momento jóvenes designers y algunas revistas die moda compartían las mismas referencias. Y también – y éste es un dato esencial  en esto vaivén de influencias, esa moda joven se inspiraba del rock y de la pop en las que vivía inmersa.

De Londres a Los Angeles a Berlín a New York  a lo largo ahora de cinco decenios,  David Bowie ha compuesto  el album personal de estilos y de looks  más rico y más  significativo y más  ilustrativo  de las fluctuaciones de la masculinidad en nuestros tiempos. A la par de sus experimentaziones musicales – rock futurístico, glam rock, soul, funk, minimalismo, electro rock, dance pop y así- Bowie contó lo que le iba sucediendo a través de su apariencia, creando personajes nuevos  para cada sucesiva fase creativa.

Estos personajes, presentes  por igual en su  vestuario de escena como en su ropa de calle, ya que finalmente se trata de una narración autobiográfica, responden a dos arquetipos buen precisos: el Excéntrico y el Dandy, transgresivos ambos, el primero bajo el modo de la flamboyance, o sea la vistosidad extrema, el segundo bajo el modo de la elegancia tongue-in-cheek, vale decir irónico y en el caso de Bowie también auto-irónico.

El personaje Bowie tuvo una primera encarnación en su etapa inicial neo-folk, de fuertes reminiscencias hippies, revisadas sin embargo desde el ángulo de la ambigüedad sexual: en 1970 apareció en la copertina del Lp The man who sold the world en un vestido de satén floreado ceñido al torso y largo al tobillo, con la suave melena rubia en cascada. 

Un año después, para Hunky Dory, el look androgino se hizo más sutil y elaborado: la inspiración provenía esta vez de una foto de  Marlene Dietrich. Juego de roles de género por certo audaz pero practicado entonces por algunos pocos chcos de tipo efébico. Or otro lado David y su mujer Angie acostumbraban salir luciendo conjuntos y maquillajes idénticos.  

La verdadera irrupción fascinante y subversiva de Bowie en el paisaje visual tuvo lugar casi inmediatamente cuando compuso su primer alter ego memorable, Ziggy Stardust. 
Improbable extraterrestre que al desembarcar en nuestro planeta asume la apariencia de un cantante y guitarrista dr rock. La criatura manifestaba una neta predilección por las mallas de bailarín de danza contemporánea recompuestas según una óptica de historieta con un vasto mix de referencias, de materiales rutilantes, de colores en sus valores máximos de saturación, de accessorios bigger than life. 
El creador de la ropa era Freddi Buretti, gran amigo y colaborador de Bowie. Raso, seda, tejidos metállicos, incrustaciones, bordados, acolchados, asimetrías, efectos geométricos, flores, rayas, escritos, boas de plumas y coturnos de doble plataforma muy Carmen Miranda, brazaletes, aros, el eventual parche sobre el ojo derecho. 

Y además la cabeza: cejas depiladas, labios barnizados de un rosa intenso, poudre fucsia sobre la cara entero, el todo enmarcado por un casco de pelo a lo teddy boy pero afilados y teñidos de un rojo azafranado.  Otros personajes de igual corte híper-teatral, como Aladdin Sane y Jean Genie, prolongaron la temporada flamígera de Bowie. 
Kansai Yamamoto diseñó para él toda una serie de trajes de “samurai especial” entre Kabuki y ciencia ficción. 

Luego, en 1976, a fuerza de arder a plena llama el gusto por la excentricidad se apagó y de sus cenizas surgió un  Bowie enteramente diferente, el Dandy de raíces – y sastres- British pero con un obvio penchant por la panoplia norteamericana. 
El personaje con el que inició su nueva era visual fue el Thin White Duke, esbelto rubio demasiado natural o casi, de pelo corto,  enamorado de los trajes blancos. Aunque o mejor porqué entretanto Bowie se había proclamado bisexual, su nuevo avatar ignoró las indeterminaciones. Era un hombre de tendencia un tanto bastante vintage en trajes de seductor de salón de baile y conjuntos rockabilly, a veces en pantalóni con pinzas pero más a menudo en chupines, chaquetas largas y amplias o clásicas o cruzadas y bombers largos, aquí con un air sport habillé, allá abandonándose a esa elegancia desprejuiciada que llamamos el chic.  
Era evidente que Bowie jugaba con el neo-clasicismo de la misma exacta manera con que antes había negociado la excentricidad, es decir con distancia y sentido del humor.

En los años Ochenta su fama tomó dimensiones épicas. Figura de culto para los de su generación se convirtió además en el ídolo de los nuevos jóvenes que descubrían en él un proveedor sofisticado de hits monumentales no solo para bailar con frenética alegría sino para escuchar a modo de alta educación pop. 
Entretanto aquellas y aquellos que Bowie había marcado con sus juegos estéticos extremos accedían a su vez a los escenarios pop y reproducían los espléndidos delirios que Bowie había dejado atrás. Transmitieron asì parte de su herencia. Bowie por su lado continuó sus experimentaciones, siendo ya en ese momento una figura para la que no bastaban lso superlativos del vocabulario consumista.

En 1992 se casó con Iman, la célebre modelo sómala, raro caso de elegancia espontánea unida a una belleza conmovedora. Desde entonces cada una de sus apariciones  conjuntas sobre las alfombras rojas  sirven urbi et orbi de doble lección de estilo.

Hoy, alejado de los escenarios desde hace unos cuantos años, objeto de rumores  alarmistas alimentados por la consabida prensa del chismorreo,  David Bowie acaba de dar, en el mismo momento en que escribo estas líneas, una enésima prueba de elegancia y de creatividad. 
Tomando al mundo entero de sorpresa, en el día de su cumpleaños, lanzó al espacio infinito de Internet un video musical, Where are we now?. 
Exquisito y bienvenido retorno de un gran maestro. Intimista, despojado y lúcido, es el testimonio poética de un artista de sesenta y seis  años que se muestra ante la cámara a cara desnuda o si se prefiere con su máscara natural. Decididamente non hay belleza sin interrogantes, no hay elegancia sin aspiración a la verdad, no hay estilo sin substancia.
http://www.vogue.it/en/magazine/people-in-vogue/2013/02/the-duke-of-style