Javier Arroyuelo / Un día y después otro

Friday, October 4, 2013

Detalles

Preocuparse por la estética de la cotidianeidad, ocuparse de embellecer la vida diaria, no es solo una tarea grata; sirve también de antídoto, suave pero eficaz, contra el escepticismo que ése mismo cotidiano, tal como lo viven millones de seres humanos y como nos lo transmiten los medios, puede despertar en uno. Vale la pena señalarlo en un momento en el que los bienpensants de todo sector querrían que incluso los tacos aguja transmitieran una cierta solemnidad - o quizás más radicalmente preferirían verlos desaparacer. Y en cambio no. En cambio los tacos aguja existen para hacer mas hermosas a las mujeres que los llevan y crear la ilusión de que la vida puede parecerse aunque no sea mas que por un instante a una sofisticada comedia del Hollywood de los años de oro. Y nos importa un pito ser juzgados políticamente incorrectos. De hecho, la moda de lo políticamente correcto es una de las más copiosas fuentes de contaminacion del cotidiano a nivel estético.
¿Que los tacos aguja son solo un detalle? Justamente. Para quién se preocupa de estilo, todo o casi todo es cuestión de detalles. Se trata de un precepto de base, sabido y consabido y puesto en práctica a cada instante por las celosas brigadas de los fashionantes, para quienes tiene valor de sacramento. El estilo, se sabe, non es una propiedad innata sino mas bien una vocación y la búsqueda del detalle es una de sus primeras manifestaciones, como recordarán perfectamente todas las ex-niñas que, adictas precoces a la moda, se hacían un deber cada mañana de encontar la particularidad que las haría sentirse distintas en su uniforme del colegio. En la construcción de un estilo lo que cuenta antes que todo es la suma de diferencias establecidas entre los otros y uno mismo. Ya que genéticamente cada uno de nosotros es único, lo lógico es que esta diversidad intrínseca se manifieste igualmente en la apariencia externa. Señalar  la propria personalidad  través del look es, además de una forma inocua de narcisismo, una escapatoria a la tétrica banalidad. Felizmente, muchas veces basta apenas un detalle para lograrlo. Un abanico, un brazalete al tobillo, un traje de hombre a rayas sobre la piel desnuda, hombros desnudos o cubiertos por una estola, nada de maquillaje pero la boca roja, nada de maquillaje salvo un exceso de rimmel, el escote cuadrado de una petite robe noire sobre la piel bronceada, un bolero de Alaïa de cuero ajouré,  l'alianza pendenciera de botas altas y minifalda, una flor en la oreja como las andaluzas.
Muy oportunamente, el cuerpo humano se presenta como un terreno propicio para la distribución de detalles de la cabeza a los pies. La operación, naturalmente, ha de efectuarse con la notoria debida cautela. No existe un delator más cruel que un detalle equivocado. Cualquier tatuaje, cualquier piercing, un incisivo de oro o incrustado de un diamante son ejemplos de lo que los franceses llaman le détail qui tue, a menos que sean llevados por razones estrictamente profesionales, como en el caso de los rappers, la strip-teaseuse o los malos de las peliculas de acción. Y ni siquiera. Porque una vez que se abandone la carrera artitica, quedará para siempre aquel incómodo testigo de un momento de perdición kitsch. Hay límites dentro de los cuales cabe expresar la propia originalidad y no está dado a todo el mundo el hacerlo con la pericia, la fe y sobretodo la fertilidad de una Anna Piaggi, cuyo estilo único e irrepetible es el resultado de una acumulación de detalles rica y siempre renovada.
Cuando el común de los mortales decide darse un toque que los singularice, tienden a hacerlo en la cabeza. La coloración del pelo es el método más popular para destacarse del resto. Desafortunadamente, sobretodo para quiénes los vemos, los adeptos a la melena arcoiris se han vuelto una tal multitud que ellos mismos por su número vuelven imposible esa exclusividad, esa distinción, a la que aspiran. No hay hoy por hoy peinado estrámbotico ni corte de vanguardia que sean una garantía de originalidad.  Todos los días compartimos el viaje en subte con numerosas Medusas bajo shock eléctrico. Sigue siempre viva también la moda del pelo muerto, lavado muy de vez en cuando o deliberatamente mantenido en estado de coma, a menudo asociado –en los hombres- a una suerte de semi-barba,  aparentemente peinada con las uñas. El desaseo, el desaliño, la semi-roña son la opción preferida por la franja politically correct. No tienen el impacto que pretenden. Para deslumbrar a la mirada contemporánea son necesarias estrategias más sutiles y más audaces.
El sombrero sigue siendo un detalle de máximo efecto, siempre que no se recurra, claro está, al abusado gorro de béisbol puesto al revés. Pero de la boina vasca à la Juliette Man Ray en adelante todo lo que cubra la cabeza puede servir de señal muy personal. La cabeza vestida tiene siempre algo aristocrático. Entre guayabas, papayas, ignames y mandioca, las señoras africanas que hacen sus compras en los mercados de ciertos de París, capital de la moda, parecen princesas, llenas de glamour, en sus boubous de colores de golosina, coronadas por turbantes siempre diferentes y siempre estupendos. El baúl de lo étnico es el proveedor de detalles más rico y seguro con que se pueda soñar: telas indias, cruces rusas, pantuflas orientales, bolsos bordados, chales, moños, cinturones, la China,  Sudamérica, Moldavia, las Puglie – el planeta es una inmensa boutique de accesorios.
Y está luego en una categoría especial la joya étnica, sin duda el más exacto de los detalles exactos. Es incalculable el número de vidas transformadas para mejor gracias a un par de aros de oro mejicanos, un collar gitano de ámbar, una cascada sonora de pulseras africanas. Los puños y las manos son una zona esencial en la estrategia del detalle. Por unas cuantas generaciones el cigarrillo fue un accesorio indispensable; manipulado por Bette Davis un instrumento de glamour potente. Como lo fueron en su momento las gafas oscuras llevadas con terquedad las veinticuatro ore del día o el perros en brazos de la señora rica, haciendo juego con la cartera. Detalles todos que el tempo, implacable, ha desautorizado.
En cambio el ‘total look’ en denim – chaqueta y pantalón blue jeans, idealmente con botas- continúa a paracernos una muy buena idea. Pero aquí lo justo del detalle no depende de las prendas sino de la personalidad de quién las lleva. A los sesenta años Marlene Dietrich lo lucía con un panache glorioso.
Last but not least: el celular, ¿hace falta decirlo?, no es un detalle ganador (por caro que te haya costado y por precioso que te parezca) y se lo saca del bolsillo o de la cartera solamente en circunstancias de extrema necesidad.




Publicado originalmente en Vogue Italia, 2002 Traducido del italiano y adaptado por el autor ©Javier Arroyuelo 2013